jueves, 4 de noviembre de 2010

X e Y, una historia de amor - Uno

X esperaba fumando dentro del coche. Estaba diluviando. Fuera no había ni un alma: normal, pensó X, este lugar es de lo más inhóspito además, con la que está cayendo. Quedaba un minuto para la hora concertada, habría que mantener los ojos bien abiertos y ejecutar el protocolo de reconocimiento con precisión, eso era todo. Decidió encender la radio y buscar a tientas una emisora.
En ese momento vio aparecer a Y. Sí, sin duda, era Y: caminaba sujetando con una mano el diario Pueblo en posición horizontal sobre el pecho. Casi sin darse cuenta X encendió el intermitente derecho. Nadie le había avisado que Y era una mujer, es más había dado por supuesto que era un hombre. Y avanzaba decidida hacia el coche sosteniendo un paraguas con la otra mano y dando pasos desiguales para esquivar los charcos. Según se acercaba al coche X fue dándose cuenta de la situación. No sólo no había contemplado la posibilidad de que Y fuese una mujer, sino que jamás hubiese podido imaginar que Y era esa mujer. ¿Cómo expresarlo? No es que antes pensara que esa mujer era Z o algo así, no, sencillamente no había previsto que ella entrara en juego. X ya había visto a Y anteriormente en alguna asamblea en la facultad de económicas y había sentido un impulso inexplicable de conocerla, de hablar con ella. Impulso que, por otra parte, no había satisfecho, quizás porque no era tan poderoso como él creía o porque X era demasiado tímido para dejarse guiar por los impulsos. El caso es que, sorprendentemente, Y era esa mujer o, mejor dicho, esa mujer era Y.
Entonces ella entró bruscamente en el coche. Estaba empapada. X tardó en reaccionar.

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