domingo, 15 de marzo de 2015

Shakespeare & Company, de Sylvia Beach

Leyendo el libro de Sylvia Beach, Shakespeare & Company, sobre la librería norteamericana del mismo nombre que ella misma abrió en la Rive Gauche de París en 1919, uno puede acercarse al proceso de publicación que rodeó al Ulysses y a una estampa humana, alejada del mito, de ese eterno exiliado que fue James Joyce.
Joyce, que había cosechado un éxito de crítica notable en Inglaterra con Retrato del artista adolescente, llegó a París, procedente de Trieste, a sugerencia de Ezra Pound, bastante desesperado. Tenía una familia (dos hijos y Nora), bastantes problemas económicos y de salud, y la sensación, cada vez más fundada, de que nunca conseguiría publicar el Ulysses. En Inglaterra el manuscrito era considerado una obscenidad y ninguna revista podía permitirse publicarlo sin perder un buen número de respetables suscriptores que esperaban leer en el salón prosas menos escandalosas. En Estados Unidos, en aquellos años, la censura trabajaba a destajo (por eso mismo empezaron a desembarcar en París los Scott Fitgeralds, Hemingways, Gertrude Steins...). Y Joyce empezaba a ver, no sin angustia, que sus posibilidades menguaban a toda velocidad. 
En eso, se encontró con Sylvia Beach y con su pequeña librería anglófila en el 12 de la rue de l'Odéon. Una librería que funcionaba fundamentalmente en el préstamo de libros, a través de suscriptores y que de pronto se convirtió en editorial, aun a riesgo de arruinarse, para publicar el Ulysses. Tal vez, lo más interesante del libro es ver todas las circunstancias y tremendas obstáculos que acompañaron a semejante proyecto. Intentar publicar una novela como el Ulysses es, con toda probabilidad, algo que atenta contra los principios más elementales de la economía de mercado. Y sin embargo, ahí estuvieron Sylvia Beach y algunos de sus amigos más cercanos (incluidos grandes escritores franceses como Gidé), los impresores de Dijon, - soportando los cambios obsesivos en el último minuto de Joyce - que probablemente no entendían casi nada del texto que imprimían pero que, por algún motivo, se comprometieron con el proyecto como el que intuye que está haciendo historia, aunque carezca de tiempo para detenerse a entenderla. Se trata de uno de esos extraños episodios, como la traducción del Feyderurke de Gombrowicz en el Café Rex de Buenos Aires, en que un grupo de seres humanos colaboran desinteresademente hasta límites insospechados. Raro en el género humano, rarísimo en literatura. Tal vez solamente pueda explicarse desde el uso limpio de palabras como generosidad y admiración.

Dos apuntes que hoy podrían tener curiosas reverberaciones: 1) durante el proceso de publicación ondeó en la Shakespeare & Company la bandera de Grecia en homenaje al Ulysses. Y 2): Joyce estaba obsesionado con que la portada de la novela fuera del mismo color que el azul de la bandera griega. Fue una sus peticiones más difíciles de cumplir. Los impresores se volvieron literalmente locos buscando un papel que se acercara a esa tonalidad. 

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