martes, 28 de diciembre de 2010

X e Y, una historia de amor – Dos

En realidad la primera vez que X vio a Y fue en el metro de Madrid. X esperaba en una orilla de la estación de Banco de España. Eran las dos del mediodía y el vagón estaba lleno. X se subió como pudo y buscó un lugar para sujetarse, apretado entre la gente. Dos paradas más tarde la cosa mejoró un poco. X pudo respirar y aprovechó para alisar su traje con las palmas de las manos. Entonces se dio cuenta de que le estaban mirando. Curioso fenómeno ese de notar una mirada ajena en el cogote como un aliento abrasador, pero eso ya es otra historia. Una mujer de unos cuarenta y tantos, ataviada con un traje negro y una camisa blanca le miraba fijamente mientras esbozaba un media sonrisa, que a X le provocó de inmediato una cierta incomodidad. Era Y, aunque eso X obviamente no lo sabía. X intentó abstraerse perdiendo la mirada hacia el final del vagón, pero al poco rato se giró e Y seguía mirándole con esa media sonrisita inexplicable. X le miró de forma inquisitorial e Y pareció acusar el reproche. Sin embargo, cuando X se descuidó Y seguía mirándole con la misma actitud. X se resignó a tener que aguantar esa mirada durante todo el trayecto. Pensó que quizás tuviera algo que ver con su ridículo aspecto dentro del traje. Entonces, mientras intentaba olvidar el asunto, por decirlo de alguna manera, calificarlo de incidente sería excesivo, escuchó algo a su derecha. Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta?, X se giró sorprendido y se dio cuenta de que Y se dirigía a él. Sí, contestó X algo perplejo. ¿Cuál es tu sueño?, soltó Y a bocajarro. La pregunta le había dejado completamente descolocado. No lo sé, ahora mismo no sabría que decir, dijo X para ganar tiempo. No lo sabes, repitió Y con un tono que a X le pareció ciertamente ofensivo. No lo sé, decir uno así, a bote pronto, hay tantos, dijo X, agitando la mano derecha en el aire. Di el primero que te venga a la cabeza, es igual que no sea El Sueño, solo uno que se te ocurra ahora, insistió Y. No sé, quizás dar la vuelta al mundo. Dar la vuelta al mundo sin aviones, dijo por fin X. Dar la vuelta al mundo sin aviones, repitió Y. Sí, emplear aviones sería convertir la aventura en un tour turístico algo más ambicioso, no tendría gracia. Qué sueño tan bonito, dijo Y con una enorme sonrisa que a X no le resultó esta vez tan ofensiva. Te encanta viajar, remató. Sí, me gusta. A mí también, dijo Y. Los dos se sumieron entonces en un silencio no diría que incómodo, pero quizás sí difícilmente digerible. El metro seguía avanzando por los subterráneos hacia el norte de Madrid. Cada vez estaba más vacío. X miró discretamente a su alrededor para ver si algún extraño se había fijado en la conversación. ¿Por qué me lo has preguntado?, dijo de manera algo súbita dirigiéndose a Y. Te estaba mirando y me ha apetecido saberlo, contestó Y sin inmutarse. Te apetecía saberlo, repitió X en voz baja. El metro se detuvo en una nueva estación. Bueno, espero que se cumpla, le dijo Y con una alegre sonrisa, mientras se dirigía hacia la puerta para descender del metro. La puerta se abrió e Y descendió sin más, mezclada con otros pasajeros. X se agachó por debajo de sus ciento ochenta y cinco centímetros para mirar por la ventanilla y ver como Y se alejaba por el arcén del metro sin mirar atrás. Antes de que cerraran las puertas pensó en descender y seguirla. Sentía una necesidad irrefrenable de andar detrás de ella y espetarle con las manos abiertas y con un cierto aire de indignación, ¿crees que puedes andar por el metro preguntando a la gente cuál es su sueño y luego largarte sin más? ¿Quién se supone que eres, un ángel o algo así? Pero no lo hizo. Las puertas se cerraron y X observó impotente como el metro se alejaba de la estación. Llegó a casa como un día cualquiera, con la salvedad de que no podía quitarse a Y de la cabeza. Necesitaba saber quién era en realidad esa mujer y cuál era la verdadera razón por la que había formulado semejante pregunta en semejante lugar a un perfecto desconocido. X resolvió que debía encontrar a Y como fuera y averiguar los motivos que le habían impulsado a actuar así.

X decidió que la manera más sencilla de encontrar a Y sería buscar en el metro que era, al fin y al cabo, el lugar donde se habían encontrado. Empezó acudiendo, religiosamente, durante varios días seguidos a las dos del mediodía a la estación de metro de Banco de España. En primer lugar subió al mismo vagón que había subido el día del encuentro fortuito con Y. Recorrió el vagón a empujones de arriba a abajo, aprovechando su altura para escrutar a todos los viajeros. Ni rastro de Y. A continuación X empezó a variar el vagón al que se subía. En primer lugar optó por los vagones contiguos al vagón donde se había producido el encuentro. Según transcurrían los días X fue progresivamente probando otros, acercándose hacia los extremos del metro. Tras un mes sin obtener resultados, X decidió recurrir a la siguiente fase del plan. Empezó a acudir a la parada a horas ligeramente distintas a la hora del encuentro. Las dos menos cinco, las dos y tres, las dos menos diez, las dos y cinco. Siguiendo de manera escrupulosa la misma mecánica para investigar todos los vagones. A veces volvía atrás y recorría el mismo trayecto en otro vagón, buscando desesperadamente a Y. Tras tres meses de búsqueda infructuosa la situación era descorazonadora: no había ni rastro de Y. X pensó que quizás Y recorrió el trayecto aquel día por casualidad o a causa de un acontecimiento extraordinario, pero que desde luego no constituía un trayecto cotidiano para ella. Por un momento pensó que quizás sí fuera un ángel que merodeaba por paisajes urbanos, sin embargo desestimó la idea en seguida por descabellada. ¿Qué probabilidades hay de encontrar a alguien en la red de metro de una gran ciudad sin conocer nada de esa persona, ni dónde trabaja, ni dónde vive, ni cuáles son su trayectos cotidianos? X pensó en abandonar por completo la búsqueda y resignarse a admitir que no volvería a ver a Y. ¿Sería capaz de reconocerla si se cruzaban fortuitamente por la calle? X desconocía la respuesta, sin embargo le aterraba pensar en la posibilidad de no volver a ver Y jamás.

3 comentarios:

  1. Me gusta!! Muchos hemos sido X alguna vez, y no hemos vuelto a ver a Y.

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  2. Gracias tio. A veces en el metro suceden cosas que no tienen necesariamente una explicación lógica en la superficie.

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  3. Tío escribes de puta madre todo hay que decirlo. El último relato me recuerda algo a los relatos cortos de Raymond Carver, no se si has leído algo de él. Aquí tienes a un lector!!

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