jueves, 15 de diciembre de 2011

Alí-Frazier (sobre el pasto)

En los combates de boxeo que levantan mucha expectación se produce un fenómeno demasiado humano, casi bíblico: las cábalas. Todas esas predicciones acerca de como transcurrirá el combate vistas las características técnicas y físicas de X e Y. Resulta que X tiene pegada, pero Y es más técnico, sabe bailar y a medida que avance la contienda podría ir cansando a X y hacerse con la victoria, pero ay si X le alcanza sorpresivamente en el mentón. Todas las conjeturas y verdaderas arborescencias de posibilidades, algunas de tercer o cuarto grado, es decir auténticas carreteras de hipótesis concatenadas. Luego llega la realidad y se manifiesta, sin parecerse a nada. Siempre sucede algo completamente sorpresivo que desbarata todos esos magníficos edificos mentales. Hay una película sobre eso (en realidad hay una película sobre casi cualquier chorrada): La gran esperanza blanca o algo así, sobre un pringao blanco al que un negro tumba en un santiamén, tras haberse convertido en un fenómeno mediático y encabezar todas las apuestas. Ya os la he contado, así no tenéis que verla.

Dicen los expertos que en el caso de los pesos pesados si alguno de los dos recibe un golpe directo, limpio, en los primeros compases del asalto inicial le será difícil, sino imposible recuperarse. Por lo visto dada la masa de estos púgiles y la barbaridad de kilos que descargan en sus golpes, éstos, cuando llegan a la cabeza sin obstrucciones, afectan de manera especialmente grave al sistema nervioso y si el púgil que recibe el golpe está todavía frío puede que ya no se recupere en todo el combate. Algunos se aventuran a decir que incluso en toda la vida. Un golpe así fue el que recibió el Barça el pasado sábado en el Bernabéu. No había dejado de sonar la campana y ya tenía la mandíbula desmontada. Cualquiera se hubiera ido a la lona ante semejante impacto. El Barça no. Quizás el Barça sea un peso medio, más Sugar Ray que Alí, o quizás esté por encima de todas las teorias de la medicina de gimnasio. El caso es que pasó unos minutos arrinconado contra las cuerdas, por un Madrid que insistía en encerrarle sin atinar a noquearle, mientras Guardiola gritaba que hiciera el favor de salir de las cuerdas. Luego el Madrid fue retrocediendo paso a paso, a veces tenía tanta prisa por lanzar el golpe que no sabía adonde. Y el Barça secuestró el balón. A partir de ahí, aún sin funcionar a todo tren, fueron emergiendo los enanos. Y otra vez La Pulga, algo impreciso en la gambeta, delicioso en el pase, siempre hambriento a la hora de la cena. El resto es una historia de sobra conocida y escrita hasta en los lavabos de los bares de carretera.

El Barça y el Madrid han dejado de ser equipos de fútbol. Son otra cosa, religión supongo o yo que sé, cultivo de retrasados. Los verdaderos equipos de fútbol son aquellos por los que sentir pasión carece de sentido, atenta contra toda lógica pues pierden siempre. Racing de Avellaneda, Atlético de Madrid, Espanyol; esas locuras que probablemente sólo sean explicables desde la religión, una religión judeo-cristiana que sacraliza el sufrimiento como verificador de todas los placeres. Una religión de verdad y no toda esa bazofia new age del pensamiento positivo y del éxito permanente. Fe en unos inútiles. ¿Hay algo más bello? El futuro es de los ineptos, sin duda. Incluso los equipos que descienden a segunda y luego a tercera. O los equipos bolañianos que descienden luego a regional y después desaparecen: los equipos fantasma. Sombras que dejan a una panda de aficionados hablando por los bares de las glorias pasadas de equipos que ya no existen como devotos de un Dios muerto. Luego desaparecen hasta los aficionados porque nadie engaña a un niño con una sombra.

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