domingo, 4 de marzo de 2012

El poeta asesinado: el guanaco Roque Dalton

La tragedia del poeta asesinado se ha repetido bajo todas las formas posibles, en cualquier lugar del mundo. Poetas fusilados, apaleados por una turba cegada por el fatanismo (como tan bien expresa Apollinaire), poetas muertos en los campos de batalla de la historia humana. El asesinato de Roque Dalton aúna toda la tragedia del mito del poeta asesinado. Esta vez hundido en el légamo de la izquierda latinoamericana. Una izquierda que, en algunas latitudes, se emborrachó de todo el fanatismo de la izquierda mundial, reinterpretándolo con su habitual exceso.
A Roque Dalton lo asesinaron sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo un 10 de mayo de 1975, que más tarde se integraría en el ahora gobernante FMLN, en aquel Salvador que se había convertido en un minúsculo Vietnam de América. Por qué o cómo le mataron no lo sabemos. Obviamente tampoco hay restos de Roque Dalton. Es un desaparecido más en un continente lleno de fantasmas. Le acusaron de espía gringo, de espía cubano, de insubordinación. Qué importa. Otros dicen que fue un asunto de envidia literaria. Tal vez un buen poeta asesinado por poetas mediocres o incluso infames. Le citaron en un piso de El Salvador y le dispararon. Quizá fue en la selva. Alguno dice que lo mataron mientras dormía porque era poeta y ser acuchillado en mitad del sueño es una muerte honorable, para un poeta se entiende. Los responsables de su asesinato están en el actual gobierno de Funes. Todavía no han contado como fue.Ahora participan en los homenajes al gran poeta de El Salvador.
Antes de eso estudió Derecho en Chile y en El Salvador. Viajó a la URSS para participar en el Festival Mundial de la Juventud. Entabló amistad con Carlos Fonseca (Fundador del Frente Sandinista), con el poeta argentino Juan Gelman, con el poeta guatemalteco y Premio Nobel Miguel Ángel Asturias, con el poeta turco Nazim Hikmet. Viajó y vivió temporadas en Cuba, México, la Unión Soviética, Corea del Norte, Checoslovaquia. Fue la voz más influyente de la Generación Comprometida. Se unió a la guerrilla. Y escribió poemas. Poemas buenos y necesarios. También teatro, ensayos y narrativa, como la novela "Pobrecito poeta que era yo". Y un 10 de mayo de 1975 se encontró con sus hermanos en el limbo de los poetas asesinados. Todos. Del más infame al más brillante.
Ahora pertenece a los lectores de poesía y al pueblo salvadoreño. A sus compatriotas les escribió este poema de amor que los salvadoreños, especialmente aquellos que están lejos, han abrazado como himno verdadero, no sé si de la patria, pero sí de algo mucho menos inasible: ser salvadoreño.


POEMA DE AMOR
Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
("me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño"),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
("La gruta azul", "El Calzoncito", "Happyland"),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.

Julio Cortázar recita el poema Alta hora de la noche, de Roque Dalton.


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