miércoles, 16 de marzo de 2011

15/11/2005

Por alguna razón que desconozco todos los hombres de entre 20 y 35 años escriben la misma primera novela. La novela que rompió moldes con Henry Miller, que resultaba creíble con Bukowski y que ahora hemos leído demasiadas veces. Los cuentos de Bukowski son auténticos, sus novelas algo cargantes. Su poesía es infumable. Una novela, que podríamos llamar iniciática, en que el mundo entero orbita alrededor de la polla de su autor, todo bien pertrechado con seudónimos y alguna que otra invención que haga el conjunto todavía más escandaloso. La vida misma. Y alrededor de su intelecto, morfológicamente distinto de su polla, pero esencialmente igual. En definitiva, escritores que se precipitan unos detrás de otros por la grieta que abrió Céline, con la salvedad de que Céline tenía más talento que todos ellos juntos y algo todavía más importante, aunque fuera un canalla: Céline tenía una visión del mundo y una visión acerca del ser humano. Miller tenía una visión del mundo. Bukowski cuando estaba sobrio supongo que también tenía una, quizás al revés. Irvine Welsh tiene una visión del mundo. Kennedy Toole tenía sentido del humor. La única vez que intenté leer a Palahniuk no pude pasar de la mitad del libro. Todavía no lo he devuelto. No hay nada peor que robar algo que te parece espantoso. Es como reconocer tu adicción.
En ausencia de una visión del mundo, de algo que decir acerca del ser humano, todo se convierte en una interminable letanía de polvos sórdidos, drogas cortadas, fracasos, agujeros y pozos, desencuentros; una estética bastante trillada de la que aprendes mucho más con un boxeador caído en la lona o con el vagabundo que duerme en un cajero que resulta que antes fue un exitoso ejecutivo. Decía Borges que los temas desde los griegos son 4 o 5 y es cierto. La derrota es uno de ellos, eso está claro, y probablemente la victoria no. La victoria está sentada en despachos en lo alto de los rascacielos y la literatura siempre sube por las escaleras, así que es imposible que llegue al piso 63 sin echar antes los pulmones por la boca y morirse en el rellano. Otra cosa es sacralizar la derrota hasta convertir en cómico lo que debería ser trágico y vice-versa. Lo tragicómico ha sido barrido por lo políticamente correcto. En realidad todo es mucho más anodino y la indiferencia prevalece. La literatura no es más que eso: hablar de lo universal a través de lo particular. Parece que hay algunos que consideran que las vicisitudes de su rabo son un tema suficientemente interesante para los demás como para escribir un libro describiendo pormenorizadamente cuando lo sacan a pasear, vender y además ser encumbrados como la nueva voz de una generación desnortada. ¿Qué coño es todo esto? Otros sencillamente creen que su miembro es un tema universal. Así, a palo seco.
Por esa grieta que abrió Céline con Voyage au bout de la nuit caminan cientos de aspirantes a narradores y poetas generacionales. La escena se parece un poco a Las Ramblas a las 2 de la mañana, no sólo por la densidad humana, sino también por el nivel creativo. Todos hacen y buscan lo mismo y encima esta vez ni siquiera podemos decir que nos han obligado: lo elegimos nosotros. La mejor manera de sobrevivir, como escritor joven, a semejante avalancha, es hacer lo que hacen los habitantes de Barcelona por la noche con el célebre paseo: utilizarlo como calle de paso. Cruzarlo de lado a lado cuando se va del Barrio Gótico al Raval, o al revés, depende de a donde se quiera llegar. Entre tanta sordidez casi no queda oxígeno. La vida está en otra parte. Quizás sale en un autobús nocturno, mientras tú compras chocolatinas en una máquina de la estación, que apenas es una lamentable marquesina. Has vuelto a perderla.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo. Estoy totalmente de acuerdo en lo que dices. Pocas veces lo había visto escrito tan claro por un hombre.

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